Érase una vez una
familia que decidió adoptar un perrito al que llamaron Boro. Esa familia estaba
compuesta por el papá, la mamá, y dos hijas: Inés y Elisa.
Corría el año 2004,
Inés tenía 14 años y Elisa tenía 12, y fue entonces cuando llegó a sus vidas
Boro, su bebé. Porque no fue solo su mascota: lo fue todo.
¿Sabéis lo que hacía
Boro? Corría por toda la casa, se subía al sofá, dormía con Elisa, se comía la
comida de sus dueños…y estos, lógicamente, se enfadaban, pero Boro ponía una
carita angelical y les era imposible regañarle.
Boro era otro miembro
más de la familia, y vivió con ellos muchas cosas. El papá y la mamá se
separaron y quedaron entonces la mamá y las hijas en casa, con él. En 2014,
Inés se casó, así que quedaron en casa la mamá y Elisa y Boro siempre estuvo
acompañándolas.
Pero por desgracia,
Boro se puso malito, y en julio de 2014, con nueve años, se durmió y ya no
despertó. Sus dueños le querían con locura, Elisa e Inés se sentían perdidas
sin la compañía de ese perro que les dio tanto sin pedir nada a cambio.
Boro siempre será un
perro muy querido, y sus dueños no le van a olvidar nunca, porque ¿sabéis qué?
Aprendieron a amar sin medida gracias a ese perrito que tanto tiempo pasó a su
lado.
Como dijo Anatole France,
“Hasta que no hayas
amado a un animal una parte de tu alma permanecerá dormida”. Creemos que es importante que los niños sepan lo
maravilloso que es querer a un animal (si sus padres les permiten tener uno,
claro) y deben saber también que, por desgracia, los animales viven menos que
los humanos, porque ellos ya nacen amando, nosotros vivimos más porque tenemos
que aprender a no hacernos daño los unos a los otros a propósito. El egoísmo es una característica propia del ser humano, y en ese sentido los animales son más nobles.
Este cuento se puede contar en clase, y que los niños dibujen después al perro según le imagine cada uno. Puede ser útil trabajar historias que traten los sentimientos, ya que así podremos potenciar que los niños sepan que mostrar cómo se sienten no es malo, sino que es sano.
La historia de Boro y de cualquier otro animal, puede servir para que los niños se den cuenta de la realidad: los animales mueren, al igual que las personas, y tienen que entender que hay que pasar un duelo para superar una pérdida, pero que siempre hay que intentar quedarse con los momentos vividos junto al que se fue.
*Imagen de realización propia